viernes, 16 de junio de 2017

Infancia entre las estatuas



Todo empezó en mi niñez, una madrugada como cualquier otra. El insomnio no me había permitido conciliar el sueño, recuerdo que los perros de la casa de al lado no paraban de latirle a algo que se encontraba al pie de un ventanal que separaba mi casa de la de mis abuelos. Eran unos ladridos desesperados, pero en medio de la madrugada nadie quiso levantarse para ver qué sucedía; entonces sin pensarlo, decidí ir hacia el ventanal para vigilar que todo estuviera bien.
Caminé entre la penumbra hacia el pasillo que lleva hasta allí. Al llegar a la puerta de mi cuarto, un profundo temor invadió mi mente y me detuve. El sólo imaginar qué causaba tal alteración en los perros me sugestionaba, así que decidí volver rápidamente a la cama.
Todo continuó igual durante un tiempo, hasta que una calma repentina invadió la madrugada, esto me permitió descansar hasta la mañana.
Al despertar, me sentía exhausto, el día estaba muy claro y por alguna razón todo estaba demasiado tranquilo, daba la impresión de que no hubiera nadie en casa. Me dirigí hacia el cuarto de mis padres, al llegar, se me heló la sangre al verlos como si de estatuas se tratasen. Mi padre estaba sentado en el borde de la cama, completamente inmóvil, con un pie en una pantufla y con el otro suspendido en el aire. Mi madre aún permanecía acostada boca arriba. Ambos tenían la misma expresión de serenidad en sus caras, como si nada hubiera pasado, y por más que les hablaba, continuaban con los ojos abiertos mirando hacia el vacío, haciendo caso omiso a lo que les decía. Fue entonces cuando el llanto y el miedo se apoderaron de mí.

Cuando pude recobrar en algo la calma me dirigí hacia el cuarto de mi hermana y la encontré en la misma condición de mis padres. Las preguntas invadieron mi mente, no podía saber qué sucedía.
Mientras el escalofrío invadía mi cuerpo decidí salir a la calle. Se sentía una tranquilidad inquietante, el único sonido era el del viento y el de mis pasos temblorosos. No tenía la certeza de que lo extraño sólo estuviera sucediendo en mi casa, así que me dirigí donde mis abuelos. Llamé al timbre con intensidad, pero al no encontrar respuesta decidí saltar sobre las rejas. Estando adentro y al no poder abrir la puerta del frente, me dirigí hacia el patio trasero, en donde está el ventanal. Allí pude observar a los perros de mis abuelos en una postura amenazante, acorralando a una desafortunada zarigüeya, los tres animales completamente inmóviles. Al otro lado, por la puerta trasera, estaba mi abuelo también completamente inmóvil, con una linterna aún encendida en la mano y con la misma expresión serena en la cara. Su postura hacía creer que se dirigía hacia los animales cuando lo extraño atacó. Después de haber encontrado a los demás familiares que vivían en la casa de los abuelos en la misma condición que mis padres y de ver a los vecinos en el mismo estado, comprobé que yo era el único que no había padecido eso.
Sin saber qué sucedía, el desespero y la frustración me hicieron caminar durante horas por la solitaria ciudad, haciéndome olvidar por un momento del miedo que sentía. Entonces empecé a sentirme libre, sin pensar en las preocupaciones, al fin podía hacer lo que quisiera, nadie me lo iba a impedir. Pero ese sentimiento de libertad duró poco, de repente, las distancias se me hacían cada vez más largas por cada paso que daba. El miedo fue retornando de manera exponencial, a su vez la desesperación y el pánico me empezaron a atacar. Entonces empecé a correr de vuelta a mi casa.

El viento soplaba en mi contra y cada vez me costaba más mantenerme en marcha, pero poco a poco pude volver a la calle en donde vivía. Entré corriendo a mi casa y pasé derecho hacia mi cuarto, sólo quería que todo terminara. Entonces fui a buscar la maceta azul en la que tenía un pequeño árbol que había plantado, y al aferrarla con fuerza junto a mí, me sentí como aquella zarigüeya que años atrás había visto arrinconada por los perros en la casa de mis abuelos.
Años después. Al despertar, descubrí, que la pesadilla había terminado, pero yo, ya era un adulto. 

Duvan Andrés Contreras
Ingeniería electromecánica




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